PREGUNTA PROBLEMATIZADORA

¿Cómo se refleja el hombre como sujeto principal destructor de los comienzos de la civilización?

 

Para el judeocristianismo - cuyo Dios es trascendente, no inmanente: crea y gobierna la naturaleza pero no se identifica con ella- la naturaleza a partir de la caída de Adán y Eva perdió el carácter sagrado que había tenido hasta entonces, (y que aún tiene para muchas otras formas de creencias), pasando a ser la antítesis de lo divino, de lo sagrado: corrompida, pecaminosa y decadente. Aun hoy, muchas congregaciones cristianas utilizan el término mundano, el mundo, es decir, el entorno, como sinónimo de pecado. El texto bíblico en este punto es concluyente: "maldita sea la tierra por tu causa" (Gen 3,17).

Si la tierra, la naturaleza, es un lugar maldito por Dios, un lugar de pecado y corrupción, es lógico comprender que cualquier forma de agresión, ignorancia o irrespeto hacia ella esté más que justificado.

Al quedar la naturaleza desacralizada ningún acto del hombre en su contra fue considerado como malo o reprochable. Esta posición contrasta con la visión holística y sagrada que la mayoría de nuestros pueblos originarios tienen con su entorno. Hace cerca de diez años caminando en la Sierra de Perijá con un indígena Barí, me sorprendió observar como este le pedía permiso a un árbol antes de proceder a arrancar sus frutos; al inquirirlo sobre el respecto me explicó que, de no hacerlo así, el espíritu del árbol se negaría en posteriores oportunidades a ofrecerle sus frutos y que corría el riesgo de atraer sobre si el enojo del resto de espíritus que habitaban la sierra que era su hogar y la fuente de sustento para él y su gente.